lunes, 16 de agosto de 2010

La imperfección no es cuestión de los dioses (relato corto)

Aquella tarde de octubre en la estación de trenes del corazón de Francia, creyó verlos… pero fue solo una idea, como muchas otras tan degeneradas y tergiversadas que había tenido desde que era una niña.
Se comprende siempre que se crece sin padres, que los pobres huérfanos crezcan con perversiones en el alma y defectos en la mente. Pero lo extraño es que todos los expertos y doctores en el tema coincidían en que el único defecto que tenía aquella era ser huérfana, era muy inteligente, muy culta, muy seria, muy estudiosa, sin duda, era superior a sus semejantes… Aunque eso cueste ser admitido, Nietzsche tendría que rebajar sus conceptos ante aquella niña, que ya para su edad poseía un nivel casi inhumano (dentro de los conceptos humanos) de poder cerebral.
Si tuviera un defecto, probablemente el único sería ser parte de la raza humana. Casi nunca hablaba, solo lo hacía para corregir a los demás se enfurecía ante la idiotez y la ignorancia, creo que fomentaba el odio de parte de los demás hacia sí misma (sin duda esto la hacía más inteligente), el conocimiento para ella no era sino la única y última concepción sugerida por Platón para su diversión, las matemáticas fueron solo formas y figuras con un sentido menos abstracto ante incluso lo más sabios genios en la historia de la humanidad (esto es absurdo), naturalmente Dios solo podía ante sus ojos tener un carácter un poco menos que lúdico (estúpido, estúpido, estúpido).
El tener tanto “episteme” con el tiempo se vuelve absurdo (al igual que no tener ninguno), así lo descubrió, por lo que decidió auto limitarse. La soledad se volvió su único acompañante, un poco elegante y tal vez algo engorroso pero por lo general lo suficiente.
Según fue creciendo notó que la gente cada vez era más idiota y menos coherente con los fines que conseguían, el camino hacia la perfección que ella perseguía estaba cada vez más cerca. Descubrió que para ser perfecto, hay que dejar de ser humano… triste… muy triste… Al descubrir lo anterior, eligió el camino más sabio de todos, la decadencia.
Al caer en la decadencia empezó a surgir en ella lo que nos hace humanos… ¡defectos! Viles defectos…
Ahora ya no buscaba el conocimiento, sino a sus padres. Dejó de buscar la perfección y buscó ser más humana; éste fue su error, pienso yo.
Cuando tuvo veinte ocho años supo quienes eran sus padres, y también les conoció (sin que se dieran cuenta, como dicta el sentido común), desde ese día los veía en medio de las líneas del tren, en la parada de autobús, en la puerta de su casa, en su sillón, como sus clientes, incluso cierta noche que tuvo que salir de viaje a Lisboa los vio en la pista de aterrizaje…
Ella los veía… como verse a uno mismo al espejo. Ahí empezó su locura y terminó su vida, un veinte tres de octubre de hace treinta y siete años.

Omar J. Ureña Soto

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