lunes, 16 de agosto de 2010

Donde termina la arena (breve ensayo sobre la vida ¿o la muerte?)

Nuestra vida es tan insignificante. Muchas cosas se han escrito ya sobre esto, pero parece que la gente no interioriza estas palabras. La vida misma no se debería llamar vida; cuando decimos que algo posee vida es porque le otorgamos ciertas características que nos hacen pensar en un roble fuerte y erguido cuya vitalidad es tanta que podrá contra todas las tempestades que la misma naturaleza que le otorga la vida tratará de arrebatarle.
Quienes dicen que la vida es un ciclo me dan lástima. Un ciclo es algo que se termina y vuelve a empezar (en realidad no tiene un fin), la vida asi como suena es de manera somera una serie de eventos discontinuos, lo más triste es que si se trata de hacer algo continuo solo se conseguirá un gran vacío, y esa vida será aún mas incompleta y discontinua que la primera.
Admitó sin duda que aunque defectuosas todas las discusiones respecto a la vida, tienen un fin bastante noble: llevar una vida llena de regocijo, ya que, ese regocijo siempre será ser feliz (o hacer felices a otros) de un modo determinado.
Bajo el argumento de que la “vida sólo vive una vez”, parece incomprensible entonces todos los sacrificios y todos los holocaustos de la vida misma. La vida en su propia esencia es muy frágil, analogías ridículas y de todo tipo podrían surgir a partir de ese concepto abstracto, así como lo señalo Albert Camus enfatizando en que el primordial problema filosófico consiste en que: “la vida sin definirse a sí misma es absurda”.
La vida tiene un defecto muy notable (al menos para la pseudo-comprensión del hombre): ¡la razón! Muchos dicen que el raciocinio es lo que nos diferencia de las bestias salvajes, empero en mi opinión esa maldición que es la razón aveces hace de algunos más salvajes que la propias bestias; bueno la anterior idea creo que ante muchos es una verdad bastante notable, pero trataré de explicarme mejor, la razón es la culpable de la tortura, el desveló de miles de hombres (nose si las decenas con esta cifra aumentarán o seguirán disminuyendo), pues muchos se castigan al encontrarse en esas mismas dificultades socráticas, es fastidioso ver a otros regocijandose de ser sabios respecto a la vida, teniendo en cuenta que únicamente son practicantes y hablantes de su experiencia.
Es también penoso como el hombre acepta las condiciones que rigen su vida (esta es parte de ese castigo que es la razón), por ejemplo como el hombre acepta el lenguaje (o los lenguajes), como acepta un dogma, como acepta una condición social o económica. Los que no esten de acorde con esas condiciones simplemente serán sancionados por las “máquinas” que tienen el poder dentro de esa gran organización defectuosa que huele a desechos corporales.
La misma razón empuja al hombre a su fastidio, puesto que, la razón no otorga soluciones ni definiciones (reales), solo logra hacer mas confusa la vida, esconde la verdad del hombre; si esa verdad se llegará a mostrar aún así la razón empuja a la duda, por lo que a eso si le podriamos llamar ciclo, la razón es una de esas cosas que no tienen principio ni fin, podriamos hablar de una ironía en el pensamiento de los mismos racionalistas.
Ahora un problema más serio es el de luchar contra los que se apoyan en la experiencia, parecen decididos a enfrentar las ultimas consecuencias, en ocasiones en contra su propia vivencia sensorial. Sería una actitud perogrulla, seguir ahondando en estos problemas, no habrá nada evidente ni nada racional con ello.
El problema por antonomasía de la vida es la muerte, pero no limitemos nuestro pensamiento a la muerte de los hombres. La muerte es más que un concepto postumo, la muerte suele ser el sujeto de discusión del dogma, por lo que definirla sería una tarea absurda (al igual que con la vida), la muerte ha sido vista como descanso, castigo, sujeto, ciclo, en fin la cuestión no es esa; la muerte ha sido subestimada por muchos, quienes anuncían con impetu que no se le puede parar.
Lo cierto en todo este asunto es que siendo opuestos, el uno marca el fin del otro (nunca sabremos con exactitud el evidente límite). Tal vez esa es la única verdad de la que no podemos dudar, sirviendonos de este ejemplo podriamos dividir las cosas en opuestos y saber cuando estemos ante la luz y cuando ante la oscuridad.
Obviamente distinguir la vida de la muerte o la luz de la oscuridad no es para nada complicado, pero siendo un poco más avaros con la idea ¿que sucedería cuándo tenemos que separar el mar de la arena? Esta tarea ya no se vuelve sencilla ni para la razón ni para los sentidos.
La vida de cada hombre es un solo grano de arena (tal vez un grano sea muy grande), que se apila sobre otro, mientras que el mar en su impredecible voluntad no es mas que la muerte que acecha subiendo la marea, pero no cualquier muerte, sino la única capaz de matar la arena y de no dejarla nunca completar el ciclo. 

Omar J. Ureña Soto

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