martes, 26 de octubre de 2010

Cuando el Monstruo Nos Observa

En la superficie de la tierra en algún lugar donde estoy seguro ya nadie recuerda el nombre, aquella mañana, el ambiente estaba como siempre le quise ver, incluso ya con esto puedo firmar mi testamento en paz. Las personas se sonreían unas a otras de forma inconsciente, e incluso algunos se jactaban de la belleza del día. Para aquel entonces era un milagro (en el sentido más cristiano de la expresión), que en las fechas del calendario por las primeras horas, el Sol no quemara y tratara de desintegrar todo a su paso. En estos tiempos se nos dificulta exponernos sin protección ante los rayos de aquel astro, ya que no existía la noche. Así es el mundo ahora, sólo es una mitad de lo que fue.
Los científicos siguen investigando (como lo han hecho durante toda la historia de la humanidad) exhaustivamente tratando de encontrar las curas que están apunto de descubrir desde hace algunos siglos, explicando por medio del principio de razón suficiente sus teorías; ignorando el porque de casi todos los sucesos que les aquejan.
Los leprosos ya no se remiten a las fantasías bíblicas, y la sed abunda en el mundo, ni siquiera los seres con más abundancia monetaria se hallaban a salvo de la maldición del orbe en que nos encontrábamos, estos gozaban de trajes con la temperatura adecuada para mantener el cuerpo, sin embargo los trajes eran costosos y tenían poca duración, al final a todos nos esperaba la enfermedad, y la muerte.
Como todos nosotros, los seres humanos, sabemos, la muerte nos espera. Dentro de las cosas que ignoramos ( y espero sigamos ignorando) se encuentra el misterio de la consecuencia posterior a la muerte del cuerpo. Incluso hablar de esto ( escribir también ) nos causa una suerte de frío inconsciente en la parte superior de la nuca. Al hablar de nuestra muerte internamente, por lo general no nos provoca temor ni dolor, pero sostener un monólogo de la muerte de nuestra madre o padre, o cualquier ser allegado nos llena de una exasperante impotencia que nos suele dominar (Estos son los momentos más humanos en la vida todo hombre).
No había adonde escapar, solo había donde refugiarse. El refugio también estaba sujeto a la enfermedad, el mundo se estaba pudriendo (tenía cáncer en sus tierras), cada vez nos encontrábamos más limitados respecto a nuestras circunstancias. Las mujeres lloraban y se quejaban del Dios cristiano, le pedían que nos les diera tanta luz. Los hombres se comportaban de forma ambivalente: por ratos como bestias, y por otros como magdalenas.
Los sabios se atormentaban con contingencias que no tenían sentido para los sucesos, es decir, se sumían a meditar y divulgar sus teorías e ideas buscando que les oyesen y les reconociesen sus conocimientos respecto a los sucesos actuales, cuando muchos se podrían vivos de los fulminantes poderes del dios de los cielos, no precisamente en sentido lato, estos divagaban. Es insulso pensar que los filósofos aún se preocuparan por averiguar y abordar cosas como el absurdo de la vida, o porqué medios es que el hombre recibe el conocimiento, ante tal caos creo que esa conducta es reprochable, se podría presumir según la lógica de estos “sabios” que si averiguo que hay después de la muerte eso me evitara morir.
Los líderes se preocupaban por encontrar soluciones, pero a sus propios problemas. Los más pobres son los más obstinados, no se resignan a morir.
La tecnología nos tiene rodeados, por todos lados encontramos basura de silicio obsoleta. Chatarras como simulando un tiradero de autos y electrodomésticos en desuso a gran escala, son pocos los lugares que se mantienen sin metal. En realidad todos nuestros movimientos están escaneados segundo a segundo por todas las potencias ruines que tienen el poder tecnológico para protegerse de los poderes ultravioleta de Dios, hoy día subsisten solo dos monstruos, leviatanes, la Unión Federada de Investigaciones Asiáticas (UFIA) y el Centro de Estudios Tecnológicos de Occidente (CETO). Estos centros son los únicos que están protegidos mientras nosotros nos desintegramos. Lo único decente de todo esto, es que los que nos encontramos en el mundo llano mantenemos nuestra libertad y disfrutamos plenamente de nuestros derechos.
Los seres vivos a pesar de todo siguen sus instintos de supervivencia y se reproducen de forma sagaz, preservar la especie es lo más importante. La evolución va pesando con los siglos. No sorprendería ver hombres deformes en cada esquina de los tiraderos (del mundo). De que les habló si yo mismo dudo de mi humanidad.
Mis padres me contaron que la CETO dejó morir a miles, podría contabilizar trillones si sumo día a día fuera de sus muros; se arrastraban como gusanos retorcidos por el dolor que les podrucía el ardor y el resquebrajarse como cáscaras de huevo duro en el suelo mientras golpeaban los muros de aquella fortaleza que ni el mismo Thor podría romper. Mientras los integrantes del “Leviatán” se regocijaban de su larga vida dentro de aquellos muros, otros morían dolorosamente preocupados por salvar sus vidas. Algo similar cuentan de los asiáticos que incluso escogieron las vidas que iban preservar bajo criterios genéticos. Todas las almas de los hombres encuentran refugio en estos monstruos que se llegaran a permear y llenar de cáncer con el tiempo, solo me queda esperar que el mundo solo sienta piedad hacia los hombres.
Quisiera censurar mi mirada y al permitirle ver la realidad de nuevo, fuera todo un mal sueño. Todo esto es más bien un gran charco de silicio y poder.
Cuando abrí hoy los ojos y vi que el Sol estaba distinto, me refiero a que se encontraba menos naranja, me sentí extraño al ver que la gente caminaba dentro del pedaso de planeta que nos quedaba con tanta libertad, como si nada nunca hubiera sucedido (a pesar de los notorios desastres), una sonrisa iluminó mi rostro y solo pensé en como era el mundo antes de todas las invenciones del hombre. Un niño me sonrió y me dijó: -Señor, verdad ¿qué Dios nos ha dado otra oportunidad? - no pude contener una lágrima, y le dije – lo que Dios nos ha dado es simplemente vida niño, aprovechala.
Ante este suceso todo de repente se volvió oscuro, cerré los ojos, me hinqué y nada más esperé la explosión.


Omar J. Ureña Soto